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SANTOS SERIO
por Roberto Durán

Su nombre era sinónimo de temor y misterio. La primera referencia que oímos de él se hizo con miedo, como de alguien que ejercía poder sobre su vida. La mujer que me habló había sufrido muchos años por un hechizo de Santos Serio. Mientras me describió el dolor que padecía a causa de este ministerio personaje, me sentí intrigado. Escuchar la angustia de ella me hizo enojar, y supe que ese enojo me estaba apartando del mandato del Señor que dice: “Bendecid a los que os maldicen.” Con una misteriosa combinación de fe y de sentir que no había otra opción, bendije a Santos, pidiéndole a Dios que le diera una relación personal con Cristo.

En esos momentos no sabía que mi oración me llevaría a las montañas de la Sierra Madre de México, lugar en el que jamás había estado antes. Durante los viajes a la sierra con Adolfo García, quien está encargado de nuestro ministerio a los huicholes, formulábamos muchas preguntas sobre Santos. Descubrimos que todos evitaban cualquier contacto con él. Por mucho tiempo buscamos en vano quien nos llevara al hogar de Santos. Al fin, Maximino, nuestro primer convertido huichol aceptó con la condición de que él no entraría al recinto compuesto de pequeñas chozas, algunas de ellas amacenes y otras para las ofrendas que les ofrecían a sus numerosos dioses.

Al comenzar el viaje me sentía emocionado. El sol estaba ardiente, y nuestro burro apenas soportaba la carga de frijoles y arroz que le llevábamos a Santos. La subida era difícil. Al ver las sendas, notamos que ninguna llevaba directamente a la choza de Santos. Le comenté el hecho a Maximino quien me respondió: “Nadie lo visita porque todos le tenemos miedo.”

Había llegado el momento esperado. Santos apareció ante nuestra vista, ataviado con su gastado traje huichol. Su cara era oscura, llena de profundas arrugas y una gran cicatriz la atravesaba; su bigote era largo y blanco, su mirada fija y distante. Después del saludo yo estaba tratando de hablarle cuando Santos dijo: “Anoche soñé con ustedes, han venido a visitarme para hablarme de su Dios. Me han dicho que saben sanar, ¿pueden sanar a mi esposa? Está triste, no quiere comer. ¿La pueden ayudar?”

La respondimos que la ayudaríamos, mientras él hablaba con su joven y atractiva quinta esposa, ya que Santos con más de 90 años había sobrevivido a todas las demás. Cuando Teresa se acercó, notamos su profunda depresión. Al orar por ella, sentimos el poder de Dios. Después de una corta oración, Teresa estaba tan empapada en sudor, que parecía que alguien le hubiera tirado encima un cubo de agua.

Nos sentamos afuera de la choza, y comenzamos a conversar, recordándoles la razón de nuestra presencia allí. Santos parecía cómodo con el hecho de que nuestro Dios no había enviado a compartir su amor con él, y no nos refutó cuando le dijimos que su vida de hechicería y prácticas de ocultismo lo mandaría a un tormento eterno sin fin. Sus ojos brillaban cuando le dijimos que hay perdón total y una nueva vida en el Dios que nos había mandado para darle este mensaje. La razón por la cual Santos estaba tan interesado en nosotros era al fracaso que habían tenido sus hechizos para hacernos daño. Más tarde nos preguntaría acerca del poder que nos protegía haciendo ineficaz su hechicería. El cambio en Teresa fue obvio. Ahora gozaba de una profunda paz que se reflejaba en su sonrisa. Santos estaba cada vez más dispuesto a hablar de su vida, pero lo que más le agradaba oír era que aun su maldad podría ser perdonada, y del gozo de vivir la eternidad con Dios.

Siempre rechazó la invitación de ir con nosotros a la ciudad de Zacatecas, pero en unjo de los viajes, lo notamos muy débil e insistimos para que fuera a recibir atención médica, y aceptó. Pasó dos meses allí, asistiendo a las reuniones y observando cada detalle de nuestros cultos. A medida que Dios se revelaba a Santos, sus propias creencias animistas estaban siendo desafiadas.

Mientras estaba en Zacatecas lo internaron en el hospital y éste fue el diagnóstico: haber vivido noventa años de trabajo duro, y a veces sin tener los suficiente para suplir sus necesidades básicas.

Santos quería regresar a su hogar. Puesto que su condición era cada vez más precaria, lo complacimos. En el viaje de regreso, paramos en Tuxpan y él pasó la noche en casa de unos amigos. Cuando lo fui a buscar por la mañana, lo encontramos con sangre seca en la cara. Su amigo danzaba y cantaba, meneando plumas sobre Santos, usando el método de curación huichol. Me enteré de que se había caído y golpeado la cabeza. Cuando me vieron, el ritual cesó. Yo ya me había ganado el respeto de ellos, y me permitieron intervenir y ofrecerle ayuda a mi amigo Santos.

Después de llegar a su hogar, volví a insistirle sobre la necesidad urgente de abrirle su corazón a Cristo. Me miró y dijo: “Yo sé que lo necesito, mi amigo, pero no puedo.” Oré por él antes de salir de la choza.

Esa noche, Adolfo y yo sentimos que Dios nos mostraba que había espíritus malignos que querían que Santos muriera y que estaban listos para llevárselo. A la mañana siguiente hablé con Santos sobre la necesidad de abrir su corazón a Dios. Le expliqué que había espíritus demoníacos que querían llevárselo, y él me respondió: “Sí, sí, están tratando de llevarme.” Le pregunté si quería que Cristo entrara en su corazón y me respondió que sí, así que comencé a guiarlo en una oración para que repitiera después de mí.

Todo iba bien hasta que llegamos a la parte en que tenía que repetir la frase: “Señor Jesús, ven a mi corazón.” Se hizo un profundo silencio. Pensando que no me había oído bien, le repetí la frase. Le pregunté si entendía mis palabras y me respondió que sí. Insistí una y otra vez con la oración, pero al llegar al punto de invitar a Jesús a que entrara al corazón de Santos, se producía el silencio.

Iba a desistir cuando Teresa me dijo: “No te vayas, los espíritus le están agarrando la garganta y no dejan que lo diga.” Habló con tal convicción y naturalidad, que obviamente ella estaba viendo algo que yo no veía.

Entonces le hablé al espíritu en el nombre de Jesús , y le ordené que le soltara la garganta a Santos. Luego volvimos a nuestra oración, y Santos pudo repetir cada palabra. Al finalizar, Santos ya no era la misma persona, su rostro brillaba. Santos había aceptado a Jesús como su Salvador personal.

Cuando nos despedimos, se incorporó en su lecho y nos dijo: “Que Dios le bendiga.” Esas palabras resuenan aún en mi corazón.

Un hombre que había maldecido por más de noventa años, ahora nos bendijo. Después de esa ocasión, sólo vi a Santos un par de veces más. La última vez que lo vi, hablamos del cielo, y bromeando me dijo: “Yo voy a llegar allí primero.” La paz de su nueva vida era evidente en mi amigo.

Santos se fue con el Señor dos meses después de haberlo aceptado. Dios, en su amor y misericordia, salvó a un hombre que vivió la mayor parte de su vida al borde del infierno, y le perdonó sus pecados. La sangre de Cristo lavó los pecados de mi amigo Santos, igual que puede lavar sus pecados. Yo sé que Santos Serio hoy está en cielo.

Roberto se entregó a Cristo a los 22 años de edad. Después de ser expulsado de la marina por abuso y tráfico de drogas. El y Ani se conocieron en el Ministerio conocido como Fuerza Ágape y se casaron en 1975. Después de varios años sirviendo en el ministerio en Estados Unidos incluyendo un Centro de Rehabilitación en Houston, Texas. Ambos sintieron un llamado a las misiones. Junto con su hija Rebekah de 2 años de edad se mudaron a México en 1979. Comenzando en Matehuala, San Luis Potosí donde vivieron por 3 años, su visión era de plantar Iglesias en lugares donde no había y a discipular y entrenar a otras para realizar lo mismo. Igleias de Fuerza Ágape fueron plantadas en la ciudad de Zacatecas, Zac. donde la familia Durán ministraron por 17 años.

Durante su tiempo en Zacatecas se abrireron las puertas para abrir un Ministerio de alcance a los Huicholes. Por más de 10 años muchos viajes se hicieron en la Sierra Madre para evangelizar y establecer una misión entre esta comunidad de Indígenas. En 1988, La familia Durán, incluyendo Rebekah, Christie, Leah y Roberto Jr. se muradon a Ciudad Juárez, Chihuahua, México, para ser directores de un Ministerio de Entrenamiento Intensivo llamado “El Lagar” por un periodo de 4 años y medio. Más de mil alumnos pasaron por este programa y muchos jóvenes fueron lanzados hacia el ministerio de tiempo completo. Actualmente es el director del programa de entrenamiento intensivo CUEVA DE ADULAM.

 

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