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4 AYUDAS PARA TESTIFICAR
Por Wedge Alman,
Director Internacional de Ministerios Hispanos de Juventud Con Una Misión

En estos días, el Señor nos ha estado hablando sobre el gozo y el privilegio de poder salir y compartir lo que hemos recibido. Es hermoso ver lo que Dios ha hecho en nuestras vidas. Y, como dice el evangelio, es un privilegio poder compartir de lo que hemos recibido, y darlo a aquel que no lo tiene.

Cristo ha venido, y ha cambiado nuestras vidas. Y podemos ver que cambiará las vidas de otros a través de nuestro testimonio, lo cual nos da aliento, gozo y fuerza en los caminos del Señor.

Quiero hablarles sobre algunas cosas que nos ayudarán a testificar, a compartir el amor de Dios con otros.

Unos dicen: “Yo quiero testificar como Cristo lo hacía; yo quiero un ministerio, como el de Cristo.” Muy bien, aquí esta la pauta. Vamos a ver un pasaje que nos dice cómo era el ministerio que Jesús tenía, para que nosotros podamos hacer lo mismo. Vamos a ver Isaías 61.

Este pasaje fue dado 700 años antes de que Cristo viniera al planeta Tierra. Y 700 años después, Jesús se levantó en una sinagoga de Jerusalén, leyó este pasaje y dijo: “Esta profecía fue dada sobre mí mismo.” Dicho de otra manera, estas palabras fueron dadas proféticamente 700 años a. de C. para describir y explicar el ministerio que Jesucristo iba a tener aquí en la Tierra.

Isaías 61:1-3: “El Espíritu de Jehová el Señor está sobre mí, porque me ungió Jehová; me ha enviado a predicar buenas nuevas a los abatidos, a vendar a los quebrantados de corazón, a publicar libertad a los cautivos, y a los presos apertura de la cárcel; a proclamar el año de la buena voluntad de Jehová, y el día de venganza del Dios nuestro; a consolar a todos los enlutados; a ordenar que a los afligidos de Sión se les dé gloria en lugar de ceniza, óleo de gozo en lugar de luto, manto de alegría en lugar del espíritu angustiado; y serán llamados árboles de justicia, plantío de Jehová, para gloria suya.”

Después de 700 años de haberse escrito esta profecía, Cristo se levantó en Jerusalén, en el templo, leyó el libro que tenía enfrente y dijo: “El día de hoy, estas palabras se cumplen ante ustedes.” Porque Cristo venía a cumplirlas.

Primero, vamos a orar: “Señor, muchas gracias. En tu Palabra, tú nos has dicho que salgamos a compartir el amor de Dios con los que no te conocen. Gracias por ese privilegio tan grande. Y, ahora, te ruego Padre, haznos comprender cómo hemos de hacerlo, cómo debemos hablar a otros sobre quien eres tú. Úngeme con tu Espíritu Santo, dame exactamente lo que debo dar. Gracias, Señor.

Todo esto te pido en el nombre de Jesús. Amén.”

Volvamos a mirar Isaías 61. Primeramente dice:

“El Espíritu de Jehová el Señor está sobre mí, porque me ungió Jehová”

El primer requisito para poder hablar de Dios a otros es que uno necesita el poder del Espíritu Santo para hacerlo, porque el Espíritu Santo es aquél que viene dentro de nosotros después de recibir a Jesús, y nos ayuda a hablar con autoridad, con amor y con precisión, del evangelio, a otros. Cristo está diciendo: “Jehová me ungió con su Espíritu.”

Si Cristo necesitaba el Espíritu Santo para testificar, tanto más nosotros lo necesitamos. Y dice la Palabra que el Señor dará su Espíritu en abundancia a todo aquel que se lo pida. Entonces, cuando salgas a testificar, antes de salir, pídeselo: “Señor, lléname doblemente con tu Espíritu Santo para que yo hable con amor, con sabiduría, con autoridad y entendimiento a las personas.” Y tu ministerio va ser muy efectivo.

“Me ha enviado”

Qué importante es ser enviado. Dios mismo nos envía. Por eso, cuando salgas a las calles, recuerda que los Tres Poderosos: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, son los que te han enviado.

A veces, a nuestros jóvenes en Colombia, cuando salen a testificar y a compartir, les preguntan: “¿Quién te mandó, cuál iglesia?”. No, no. Es Dios quien los envía. Si a ti te preguntan lo mismo, tu respuesta debe ser: “Dios me envía, yo vengo para hablar de Él.”
Leemos en Mateo 28:18-20: “Id, y haced discípulos a todas las naciones”. Qué importante es saber que Jesucristo no solo estaba enviando a los apóstoles, como algunos piensan; estaba mandando a todos, a cualquier cristiano. En Marcos 16:14-18 viene la misma comisión, pero el versículo 17 dice estas palabras: “a los que creen”. Está mandando a todos los verdaderos cristianos a que vayan y prediquen.

Ahora bien, que vayan o no vayan es otra cosa; pero claramente se les da esta comisión. Cristo mismo, antes de partir del planeta Tierra, dejó su mandato final: “Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura”. Todos los cristianos somos enviados a predicar al mundo. ¡Qué privilegio!

Dios pudo haber mandado ángeles, podría haber enviado a sus embajadores en platillos voladores, algo..., no sé qué, pero Él nos envió a nosotros, te envió a ti, ¡qué privilegio tan grande! Pero debes ir bien preparado para, con toda eficacia, hablar a aquellos de cómo es Dios, de su amor.

“A predicar buenas nuevas a los abatidos”

El evangelio es ‘buenas nuevas’. ¿Qué necesita este mundo, hoy, con tantos conflictos, angustias y desesperación? Necesita buenas nuevas. Y eso es lo que el evangelio es.

Hemos tenido a muchos jóvenes en América Latina tocando puertas, hablando a la gente de Jesús. Y a veces han encontrado situaciones muy difíciles.

Una vez, encontraron algo más o menos así:

Tocaron a la puerta y nadie contestó. Siguieron tocando y, por fin, salió una pequeña niña. Uno de los jóvenes le preguntó:
-Nena, ¿dónde está tu mami?
-Mi mami está enferma, está en la cama.
-Ah, ¿y tu papi?
-Pues, mi papi se fue con otra mujer, no está aquí.
-Y entonces, ¿quién está cuidándote?
-Nadie.

Los jóvenes entraron a la casa y vieron que estaba muy desordenada..., basura tirada en el suelo, trastes sucios en la tarja, todo sucio, la pobre mujer ahí en la cama, el hombre se había ido con otra mujer..., ¿que le iban a decir: “Señora, queremos decirle que el juicio de Dios a caído sobre esta casa?” ¡No, no! El evangelio central ahí es: “Señora, no importan las circunstancias. Hemos venido para darle buenas nuevas: Dios le ama y Él tiene la solución verdadera, auténtica. Ha cambiado nuestras vidas y podría cambiar la vida de cualquier persona que aplique la solución, que es permitir que Jesucristo sea el Señor de su vida.”

Entonces nuestros jóvenes, al encontrar esta situación en esa casa, ¿sabes qué fue lo que hicieron? Uno, agarró la escoba; otro, lavó los trastes; otro, se fue a la tienda a comprar leche y pan. Y la mujer les dijo:
-Oh, ¿qué es esto?
-Señora, éstas son las buenas nuevas del evangelio, no una religión. Y las buenas nuevas son, que Cristo vive en nosotros y por eso queremos ayudarle.

No estaban ayudando a esa mujer porque iba a su iglesia, la ayudaban porque Dios la amaba, ¡porque ellos la amaban! Por eso el evangelio es buenas nuevas.

Así que, cuando llegues a una casa, al tocar la puerta, no agaches la cabeza. No te quedes ahí, temblando. Eso es tener una auto imagen que procede de algo muy inferior. A ver, imagínate: Si tú llevaras $5,000 para regalarle a esa familia, ¿cómo te acercarías a la puerta? ¡Yo creo que con la cabeza en alto!: “Buenos días, mi nombre es Carlos, traigo $5,000 para usted.”

Tú eres portador de algo que vale mucho más que $5,000: ¡llevas el amor y la salvación de Dios! Así que enfrenta toda situación entendiendo que el Señor está contigo y te está ayudando a comunicar Su amor a las personas.

“A vendar a los quebrantados de corazón”

Vivimos en un mundo quebrantado. Casi todos los hogares pueden contar historias trágicas de angustia, infidelidad, dolor; casi sin excepción. A veces, nuestros jóvenes llegan a algunos hogares muy elegantes, a mansiones de la aristocracia; pero, si esos muros pudieran hablar, nos contarían historias de mucha tristeza. Todos los hogares son iguales en su interior.

Si ahondas en la vida de una persona, te darás cuenta de todas las angustias por las que ha pasado en el transcurso de su vida; y ésa es la razón por la que algunos andan desesperados. Tienes una buena oportunidad... presentar el evangelio de Jesús a los quebrantados de corazón.

“A proclamar el año de la buena voluntad de Jehová”

¡Qué privilegio tenemos de proclamar el año de la buena voluntad de Jehová! Un tiempo de perdón. En cada reunión ejercitamos ese privilegio, cuando se hace el llamado para aceptar al Señor. Gracias a Dios por eso.

En Juan 20:21 recordamos las palabras de Jesús: “Tal como el Padre me envió a mí, yo los envió a ustedes.” Acabamos de ver en la cita que estamos analizando (Is.61), que Dios envió a Jesucristo. Y en Juan 20:21 vemos que Cristo dice: “Yo los envío a ustedes de la misma manera.”

¿Cómo envió el Padre a Jesús? Envió a Cristo como perdonador. A eso vino Jesús, a perdonar. Cristo era portador de un Espíritu perdonador.

Recuerda que un día Jesús estaba en la calle y de repente le trajeron a una mujer adúltera con la intención de apedrearla. La trajeron a Cristo y le dijeron: “¿Qué dices tú, Jesús? Esta mujer fue sorprendida en el acto del adulterio, ¿qué dices tú?”
Jesús..., mirando al suelo. La mujer..., probablemente llorando. Los tipos... religiosos..., con sus barbas largas y negras..., querían quitarle la vida, cada uno con una piedra. Y Jesús vio el odio en esta situación. Pero Él... llevaba otro Espíritu.
Y Cristo respondió: “El que de ustedes no haya cometido ningún pecado, arroje la primera piedra.” Y los fariseos se miraron unos a otros, se sintieron un ‘poquito’ incómodos. Jesús se agachaba y escribía en la tierra.

Nadie sabe exactamente lo que escribía, pero me imagino que era algo más o menos así: “¿Y tú, dónde estabas anoche cómo a eso de las 11 de la noche?” Y de repente un fariseo vio su reloj digital y dijo: “¡Ay, se me olvidó que mi esposa me está esperando para el almuerzo!, me voy.” Otro dijo: “Tengo cita con el dentista.” Y así, de repente ¡todos habían volado!

Y se quedó Jesús con aquella mujer y le preguntó: “Mujer, ¿dónde están tus acusadores?” Ella contestó: “Señor, ya no hay nadie.”

Y él le dijo: “Yo tampoco te condeno; vete y no peques más.” Es decir, Cristo vino con un Espíritu perdonador.

Las personas que vas a encontrar cuando salgas a testificar, han pecado, al igual que tú y todos nosotros habíamos pecado antes; pero, cuando las mires, no lo hagas con ojos condenadores, míralas con ojos perdonadores. Debes mirarlas en esa forma.
Algunas veces habrá alguno que quiera pelear un poco; alguien un poco caprichoso, duro, religioso; pero eso no importa, puedes mirarlo... y amarlo.

Algunas personas han tenido temor de salir y compartir el evangelio porque dicen: “No, alguien se va a poner a pelear conmigo en un juego de palabras y me va a ganar, porque todavía no sé mucho de la Biblia.” Si tú eres de lo que piensan así, escucha esto: Cuando Jesucristo envió a sus discípulos ‘a la calle’ para evangelizar (Mt. 10:19), les dijo que los enviaba como ovejas en medio de lobos.

Eres enviado como cordero, así que puedes dejar tu metralleta en casa, no la vas a usar; porque no vas a pelear, vas como cordero. El lobo quiere comerse al cordero, pero yo te pregunto: ¿cuál ganará, el Cordero o el lobo? En Apocalipsis encontramos la respuesta: “El Cordero está sentado sobre el trono.”

Él no te envía con una espada a mochar la oreja de fulano de tal. Si alguien quiere pelear contigo y discutir, retírate. Tú no tienes tiempo para discutir. “Ponlo a remojar” y déjalo ahí un rato; que Dios trate con él. Tú vas a las personas que ya están preparadas para recibir tus palabras.

Y no tienes que defenderte si vas como cordero. Si te pones a defender algo en medio de la calle, nada te saldrá bien. Así que, si alguien tiene un espíritu de arrogancia, simplemente, déjalo hablar.

Como me sucedió un domingo: Un hombre se me acercó, y estuvo hable, y hable, y hable. Bueno, yo me quedé escuchándolo y tratando de entender lo que él sentía en su corazón y de dónde venía eso que sentía; hasta que, por fin, con el Espíritu del Cordero, yo empecé a ganar. Y aquel hombre empezó a cambiar su tono de voz, me hablaba cariñosamente; y, al final, me abrazó poniendo su mano alrededor de mi cuello y prometió asistir a las reuniones.

Somos corderos. Así que, metralletas, todas guardadas en casa, ¿de acuerdo? Y vamos a ganar.

Recuerda siempre que para ministrar a otros debes estar lleno de fe, lleno de una actitud positiva. En Isaías 55:11 dice, más o menos así: “Mi Palabra hará su obra donde quiera que yo la mande”. Es decir, Dios está enviando su Palabra a través de ti; así que no te enojes, ya que eres el portador de la Palabra. Y tampoco debes preocuparte de lo que pasará cuando testifiques, sino mantenerte en fe, ya que Dios mismo ha prometido bendecir su Palabra. Así que habla con su Palabra.

¿Lo entiendes? No eres tú, es Dios mismo haciendo que su Palabra obre en la gente; entonces, ve a sembrarla con un corazón lleno de fe.

¿Qué debes hacer? Miras a la persona, y ella debe percibir en tus ojos una sonrisa de amor. Y con ese amor, esa fe y esa confianza, permanece tranquilo, porque Dios te ayuda.

Y cuando ya te encuentres frente a frente con alguien, te voy a decir cuatro cosas que te van a ayudar a compartirle. Las he dado a conocer como “Las cuatro ayudas para testificar”.

1. Guiar la Conversación

Encuentra la forma de guiar la conversación, en lugar de dominarla. Hay una gran diferencia entre guiar y dominar. Hay algunos que piensan que cuando van a testificar tienen que hablar muy rápido; tan rápido, que el otro ni siquiera puede incluir tres palabras. Si eres de los que dicen: “Yo lo digo todo”, eso no es guiar, eso es dominar; solo debes guiar la conversación.

La manera de guiarla es así. Al principio, deja a la persona platicar de lo que quiera y ve poco a poco usando el ‘arte de preguntar’: hacer preguntas para animar a la persona a hablar.

Hay quien dice: “Yo prefiero ser el que hable”. Pero, como ha dicho alguien más: “No tienes el derecho de esperar que otro te escuche, si antes no lo has escuchado a él.” Eso es muy importante. Después de todo, esa persona seguramente tiene también buenas ideas. Y si está llena de su propio tema, tal vez no puede escuchar el tuyo.

Los psicólogos dicen que somos como un vaso lleno de leche. Ahora, si tú quieres llenar ese vaso con agua, ¿qué tienes que hacer? Primero, vaciar la leche. Y luego, ya puedes llenar el vaso con agua. Si en lugar de ponerte a hablar, le haces preguntas, le das la oportunidad de desahogarse; entonces, derrama lo que tiene que decir, hasta que el vaso queda vacío. Y es cuando puedes meter lo que necesitas en ese vaso.

Por eso, dale la oportunidad de hablar un rato. Y la manera de hacerlo es con preguntas, preguntas inteligentemente escogidas. Si aprendes a escuchar a una persona y la dejas expresarse durante 10 o 15 minutos, llegarás a conocer mucho de ella.

Si te dice: “yo leo tales libros, escucho tales emisoras, me gustan tales discos, trabajo en tal lado, etc.”, mientras está platicando, ¿qué sería bueno que estés haciendo tú? Deberías estarla observando; reflexionando; midiéndola; para ver cuáles son sus necesidades. Pero hacerlo es imposible si no le das la oportunidad de hablar.

Entonces, por favor, no andes corriendo, entrando en una casa y predicando ahí, sin primero hacerte amigo de la persona a quien le vas a compartir.

Dale la oportunidad de hablar. Aprende a ser un buen escucha por un rato.

Esto no quiere decir que tienes que sentarte a oírla durante horas, porque algunas personas quieren hablar por horas y horas y horas, y no tenemos ese tiempo; pero escucha un poco, para familiarizarte con sus problemas, con sus inquietudes y angustias; y luego, empieza a meter preguntas.

Las preguntas son algo suave, no enfrentan, no hacen chocar, no lastiman.

Y con las preguntas puedes guiar la conversación sin dominarla. Por ejemplo, puedes preguntarle: “¿Qué opinas de Dios?”, porque no hay choque con esto. Y entonces esa persona puede empezar a opinar de Dios. Tal vez responderá: “Es que yo no creo en Dios.”

“¿Tú no crees en Dios? ¿No? Ah, bueno. A ver, por favor explícame, ¿cómo es ese Dios en el cual no crees?” Y ve qué concepto tiene de ese Dios que no existe; porque muchas veces el Dios en el cual la persona no cree, es el Dios de las denominaciones tradicionales o el de los católicos, o un Dios no muy deseable. Tal vez no ha rechazado al Dios verdadero, solamente ha rechazado esa imagen religiosa de Dios.

Entonces, pregúntale: “¿Cómo es el Dios en quien no crees? ¿Será que no crees en ese Dios viejito y enojón? ¿Será que en ése no crees? Pues, mi amigo(a), (estréchale la mano) felicidades, yo tampoco creo en ese Dios. ¿O será que no crees en un Dios que, cuando nacen los bebes, los va juntando a todos, mirando desde los cielos, y dice: Bueno, desde su nacimiento yo escojo a estos para el cielo y a estos para el infierno? Si no crees en ese Dios, ¡felicidades, yo tampoco creo en ese Dios!”

Dale la oportunidad de opinar, al decirle: “Tal vez en alguna ocasión te hayas preguntado, ¿para qué estoy en el mundo, por qué nací, qué significa la vida, de dónde vine y a dónde voy?” Puede ser de esa manera o puedes dirigir la conversación así: “Quizás te has preguntado: ¿qué tengo que hacer para ser un cristiano?, ¿cómo se convierte uno en cristiano?”

Cuando hables con alguien y le hagas preguntas, no vayas muy rápido. Esto es muy importante. Sócrates dijo: “Ninguna vida sin examinarse vale la pena vivirla; ninguna vida vale la pena vivirla a menos que haya oportunidad de examinarla.”

Así que, dale la oportunidad de examinarse mientras tú le hablas. Vete despacio. Si haces una pregunta tras otra, si en cuanto habla lo contradices con tus testimonios, el pobre va a sentir que está bajo ataque, y entonces, en vez de escuchar y meditar en lo que estás diciendo, está haciendo otra cosa: está preparando su defensa contra tus palabras.

Y realmente no entiende lo que tú le dices, porque está tratando de defenderse, viendo cómo puede ponerse en contra de tus argumentos; por lo tanto, es muy importante que no llegue a sentir que lo estás atacando. En cambio, si no se siente atacado, no tiene que defenderse; al contrario, podrá sentir el amor con que llegaste a buscarlo. Por eso, hazte su amigo.

¿Qué creen que a mí me encanta? Ir por la calle... y acercarme a platicar con alguien.

De inmediato sienten que yo vengo a atacarlos, tal vez porque han sido atacados por otros religiosos; porque hay muchos religiosos hoy que cargan sus biblias raras en la calle y su literatura rara y atacan a la gente.

Pero, cuando empiezo a conversar, cuando notan que yo traigo otro espíritu, que siento amor hacia ellos, que quiero ser su amigo, que solo les hago preguntas..., es diferente. Por eso, hazte amigo de la persona.

La Biblia dice que Cristo fue amigo de los publicanos y hasta de los borrachos. Es que ellos estaban en necesidad. Así que tú, no temas hacerte su amigo.

Habla despacio. Y, dentro del hablar despacio, comunica tu espíritu.

Comunica tu espíritu, más que otra cosa; porque tal vez no entienden las doctrinas que propones, ni los versículos que les dices, pero una cosa sí entenderán: de cuál espíritu eres tú. Si eres de un espíritu religioso, de un espíritu duro, de un espíritu jactancioso, altivo, o amoroso y perdonador..., ellos lo perciben.

Si llevas el mismo Espíritu que Dios lleva, entonces llegarás ahí para amarlos, para hacerte su amigo.

Ellos deben percibir en tu espíritu que estás triste por su pecado, pero que no viniste a condenarlos; que Cristo no vino a condenarlos (Jn. 3:17); que tú los quieres ayudar. Ellos deben percibir esa autenticidad en tu espíritu.

Háblales suavemente, háblales con el corazón. ¡Qué tremenda oportunidad! Si tienes el Espíritu de Dios, tú vas a ganar, porque la intención del corazón es lo que este mundo juzga.

El mundo no necesita tu religión, busca autenticidad en ti, sinceridad, amor, comprensión; es lo que el mundo busca. Entonces, despójate de toda religiosidad y de todo ese vocabulario religioso y llega con sinceridad con esas gentes. Y Dios te abrirá paso.

Sobre el buen uso de preguntar, voy a agregar esto. Usar preguntas es algo parecido a la técnica que se usa al examinar las pirámides antiguas. Muchos reyes, en tiempos antiguos, fueron enterrados en pirámides. Se moría un gran rey de Egipto, construían una gran pirámide y enterraban a ese rey adentro, junto con algunas de sus mujeres favoritas y algunas otras cosas de valor.

Tiempo después, llegan exploradores y arqueólogos para inspeccionar estas pirámides. Y tratan de entrar, pero desde fuera las pirámides se ven igual, no se sabe dónde está la entrada. Ya sabemos que existe un túnel que entra al corazón de la pirámide, pero cuando los exploradores llegan, ese túnel está oculto... parece que es otra placa de piedra común.

Ah, pero ellos tienen un pequeño martillo, y andan golpeando, tocando esas placas de piedra. Llegan a una placa de piedra y la tocan (toc, toc, toc), y escuchan el eco. Y llegan a otra placa y la tocan (toc, toc, toc), y escuchan el eco.

¿Para qué están escuchando? Para descubrir un sonido hueco y localizar el túnel; y así entrar, ir directo al corazón de la pirámide y encontrar lo que buscan.

En la misma forma usamos las preguntas. Las preguntas son una manera amistosa de estar “tocando” a la vida de las personas para ver dónde está la placa que suena hueco y encontrar el túnel. Por eso, quédate ahí charlando con la persona.

Tal vez has entrado a una casa y estás platicando con un hombre. Y comienzas a preguntar: “¿Cuánto tiempo tiene viviendo aquí?” (toc, toc, toc), “¿Cuántos hijos tiene?” (toc, toc, toc).

El Espíritu Santo es tu agente 007 y está ayudándote a interpretar estos ecos. Por eso necesitas al Espíritu Santo. “¿Usted dónde trabaja?” (toc, toc, toc), “¿Su esposa está bien?” (tac, tac, tac, ¡otro sonido!). Y el Espíritu Santo te dice: “¡Es ahí! El problema del hombre es su esposa. Tiene problemas con eso.”

Tú no sabes cuál es el problema que tiene ese hombre, tal vez tenga cinco esposas; no lo sabes. Pero ahí donde el Espíritu Santo te alerta, ése es el rumbo; ahí puedes empezar.

Es importante que aprendas a usar bien ese martillito de las preguntas, que aprendas a escuchar a las personas. Claro que no puedes asimilar todo lo que te estoy enseñando y de inmediato desarrollarlo. Esto no se aprende en un solo día, no es ésa la idea, pero puedes empezar.

Puedes ir aprendiendo a hablar con la gente, a preguntarles, a tratarlos con amor, a escucharlos.

Lo que nosotros queremos es entrar a sus vidas y ayudarles. Y el Señor nos ayuda a ser sabios para usar este método.

Entonces, la primera ayuda es: Guiar la conversación. Y la guiamos con preguntas.

La segunda ayuda para testificar es Discernir Actitudes:

Cuando ya has testificado a muchas personas, te es muy claro que todos somos diferentes, pero te sirve catalogarlos en cuanto a ‘Cómo responden cuando les compartes el evangelio’. La mayoría se podrían clasificar dentro de 5 ó 6 categorías y cada categoría debe tratarse con distintas estrategias, por eso, discernir qué actitud tiene la persona que tienes enfrente, puede ayudarte mucho.

Por ejemplo, hay lo que llamamos ‘el cristiano nominal’, que es quien dice: “Sí, claro que soy cristiano: voy a misa en la Semana Santa y en Navidad.” Ése solo es un cristiano de dientes para afuera, por eso le llamamos cristiano nominal: solo de nombre.

Trátalo como a alguien que no es cristiano.

Hay otro, que es ‘el indiferente’. Es otra categoría. Él dice: “No, las cosas de Dios no me llaman la atención; yo tengo todo lo que necesito; tengo dinero, tengo mujer, tengo casa, tengo mi carro; a mí no me falta nada, gracias.” Es indiferente a las cosas de Dios.

Si encuentras un indiferente, debes saber que seguramente en ese momento no se va a arrodillar de arrepentimiento queriendo recibir a Cristo. Pero no importa, siembra la semilla. Trata de inquietarlo, hazle preguntas que lo dejen pensativo. Y ora por la semilla que has sembrado.

Hay otra categoría que puedes encontrar al salir a testificar, es al que llamo ‘el preocupado’. Seguramente alguien más ya le había sembrado tiempo atrás. Le regalaron una Biblia, leyó un folleto o se murió un tío; cosas que lo despertaron. Y está algo preocupado acerca de su estado espiritual. Cuando le compartes, te expresa: “Sí, voy a pensar en lo que me dice sobre el evangelio.” Con preguntas, trata de investigar qué lo inquietó y usa eso para convencerlo.

Otro, es ‘el que está bajo la convicción del Espíritu Santo’. Tal vez su esposa es cristiana y él no lo es. Se muestra agresivo. Por un lado, está muy molesto porque continuamente le hablan de Dios; pero, por otro, lo perturban sus pecados, porque el Espíritu Santo lo está redarguyendo. Aquí hay algo bueno: lo más probable es que él quiera ser cristiano también, porque se siente bajo convicción. Pero estos individuos son muy raros. No sabe uno qué van a hacer, porque están incómodos por su pecado. Ora en el Espíritu al hablar con personas así.

Y de vez en cuando, te encuentras a alguien que está ‘hambriento del evangelio’. Esta es la categoría que te hace más feliz, porque te toca cosechar. No vayas esperando encontrarte a alguien así todos los días, aunque en ocasiones llegas y la persona ya está preparada. Está tan hambrienta, que solo tienes que llevarla a Cristo; lo demás, ya lo hizo el Espíritu Santo.

Recuerdo una vez en que estábamos trabajando con nuestros jóvenes, cerca de Monterrey, México; más al sur, en los pueblos. Y uno de nuestros equipos de jóvenes fue hasta arriba, a un monte donde crecían manzanas.

Antes de mandar a los equipos, habíamos estado orando: “Señor, prepara a las personas de ese pueblo que habita en los montes, porque mañana vamos a ir a ese lugar.” Y, cuando oramos de antemano..., Dios va preparando.

Al día siguiente, fueron allá, y pasaron algunos días yendo de casa en casa. Y ahí se registró este caso: Un par de nuestros jóvenes se dirigían a una casa, donde un hombre estaba adentro mirando por la ventana. Desde que estaban lejos, los vio.

Cuando llegaron a la puerta, apenas se acercaron, ésta se abrió, porque el caballero de la casa ya los estaba esperando. Y él les dijo: “Jóvenes, pasen, en mi casa son bienvenidos. Anoche tuve un sueño y vi los rostros de ustedes dos. Y entiendo, por el sueño, que ustedes vienen a traerme algo muy bueno. Entren, por favor.”

Los jóvenes habían orado. En esta categoría hay hambre y por eso hay apertura. Estas personas son la respuesta a nuestras oraciones.

Entonces, la segunda ayuda es Discernir actitudes. Y es necesario aprender a tratar a las personas de acuerdo a su categoría.

La tercera ayuda es Crear una Necesidad:

La mayoría de la gente no entiende su necesidad de Dios. Muchos piensan que andan más o menos bien y son indiferentes al evangelio. Por eso sucede que te acercas a compartirle a alguien y, si tienes un folleto para darle, llegas hasta donde está, le sonríes, le saludas cordialmente y le dices: “Un pequeño obsequio para usted”. La persona lo recibe y ahí mismo lo abre, ve que se trata del evangelio, te agradece y lo rompe. ¿Qué pasó? Que esa persona no sabe que tiene necesidad de Dios.

Por eso, hay que rogar que Dios nos dé sabiduría para poder engendrar una necesidad en la gente.

Al estar frente a alguien, háblale de lo que el pecado le hace a Dios. Hazle entender que cuando el hombre peca, se quebranta el corazón de Dios, porque Dios no nos creó para pecar y perdernos. Él nos ama, y el pecado nos destruye; por eso, si el hombre peca, lastima el corazón de Dios. Díselo.

Casi cada vez que le hablo de Cristo a un pecador, le hablo de Génesis 6:5, donde dice que a Dios le dolió ver la maldad de los hombres; que su corazón fue quebrantado. Y le explico: “Mire, mi amigo, Dios hizo al hombre; pero el hombre, con su libre albedrío, peca. Y a Dios, eso le duele en su corazón.”

Yo muchas veces uso esta escritura. Y les hablo de cómo hacemos sufrir a Dios por nuestros caprichos y nuestros pecados. En Isaías 53 habla de este Mesías, de este Cristo, que siendo inocente fue herido y castigado por nuestros pecados.

Y el pecado no solamente hiere a Dios, así que, háblale de lo que hace a otras personas. Dile que otros sufren por lo que un pecador hace. Que un pecador es alguien que ha sido irresponsable, no solamente delante de Dios, sino delante de su prójimo; muchas veces delante de sus padres, delante de su esposa, delante de “x” persona.

Al testificar, usa estas cosas para inquietar a la persona, para crearle una necesidad. La necesidad de que Dios la perdone.
Muchos tienen la tendencia de llegar y hablar de creer: “Oye amigo, debes creer”. Pero ésa es una invitación a tener una fe ciega. No se le puede pedir eso a alguien que no cree. Esa invitación nunca no da resultado. Es mejor inquietarlo y hablarle de las heridas que pudo haber causado a su prójimo.

Ha veces, cuando yo testifico, dejo a Dios a un lado. Hay momentos en que es mejor no hablar de Dios; porque si hablo de Dios, el tipo me responderá: “Ah, ¿cuál Dios?, yo no creo en Dios. ¿Existe? No lo veo.”

No es tiempo de hablar de Dios, es tiempo de hablarle de que no ha cumplido con sus responsabilidades; porque profundamente, en su corazón, él sabe que no ha sido responsable con los demás.

Y, hasta que llega a darse cuenta de que ha hecho mal, de que no ha vivido con responsabilidad, es cuando puede buscar una respuesta. Y ahí, justamente, dale las buenas nuevas: “Dios te ama, Cristo murió por ti para rescatarte de tu pecado.”
Pero muchas veces ‘ponemos la carreta delante del caballo’, como dicen.

Generalmente, yo doy las malas noticias antes que las buenas, porque las malas noticias lo preparan para las buenas noticias. “Tú has pecado, has lastimado el corazón de Dios, has lastimado a tu prójimo, no has hecho como debiste.” Lo digo con mucho amor, pero con mucha certeza y autoridad.

Y cuando él llega a verse como Dios lo ve, entonces le presento las buenas nuevas: “Mira, amigo, tengo buenas noticias para ti, ¡Cristo te ama!, murió por ti. Debes arrepentirte, cortar con tu pecado, pedir perdón a Dios, pedir perdón a tu prójimo... a tu patrón, a tu familia..., y Cristo te perdonará también.”

A veces, podemos usar una ilustración para despertar a la persona. Muchas veces una ilustración ayuda.

Por ejemplo, al llegar con un señor le podrías decir: “Sr. González, vamos a suponer que su vecino tiene un hijo de 17 años de edad que está enfermo del corazón. Es un buen muchacho, y es triste saber que está muy mal. Los médicos dicen que ese joven no puede vivir más de tres meses. Se va a morir, porque su corazón está fallando. Es el hijo de su vecino y solo tiene 17 años de edad, ¡que pena!

“También imagínese que usted tiene un hijo de la misma edad. ¡Con más razón lo comprendería! , ¿verdad?

“Ah, pero vamos a suponer, Sr. González, que un día, su hijo, andando con otros jóvenes en el carro, tiene un accidente automovilístico y muere. Entonces usted, por tener buena voluntad con su prójimo, permite que los médicos le saquen el corazón a su hijo y lo transplanten al cuerpo del hijo de su vecino, que se está muriendo.

“La operación es un éxito total y hoy en día ese muchacho ya está viviendo y teniendo una vida normal.

“Pero, después de que usted hizo eso, su vecino ni siquiera volvió una vez para darle las gracias, ¡aunque usted le dio el corazón de su hijo! ¡Ni siquiera dijo muchas gracias!

“Ahora, Sr. González, déjeme decirle algo. El creador del universo dio a su Hijo para rescatarlo a usted..., y a mí, pero me parece que usted ni siquiera le ha dicho: ‘Muchas gracias, Dios, por tu Hijo.’”

Un ejemplo así sirve para despertar a la persona, para crearle una necesidad y que ella empiece a comprender cómo es la cosa. Eso es crear una necesidad en la persona.

El Dr. Francis Schaeffer es uno de los apologetas más destacados en el cristianismo en estos días (apologeta es el nombre dado a los escritores que defienden la fe cristiana y buscan la verdad). Y él dice esto: “Si tienes que visitar en el hospital a un pecador que se está muriendo, y ahí, antes de entrar a su cuarto, hablas con la enfermera y ella te dice que este hombre sólo tiene una hora de vida. ¡Y te da a ti esa hora!, ¿qué haces?”

El Dr. Schaeffer dice: “De estos 60 minutos, yo paso los primeros 55 dándole las malas noticias de su pecado, de su irresponsabilidad delante de su Creador, delante de su prójimo. Y luego, los últimos 5 minutos, le hablo sobre el amor de Dios, le digo que Cristo murió por él.”

Pero, no hay reglas fijas. Solamente sé sensible a la necesidad de la persona y sé sensible a la guía del Espíritu Santo. Él te ayudará a crearle una necesidad, para que vea que necesita arrepentirse y entregarse a Jesucristo.

Bueno, y la última ayuda para testificar que veremos es quitar excusas y responder preguntas:
Cuando hablas con diferentes personas y tratas de indagar cuál es su relación con Dios, te das cuenta de que muchas de ellas viven en un mundo de excusas, ya que, aunque dicen: “Yo no entiendo teología, no soy teólogo ni filósofo”, la mayoría se han preparado cobijas teológicas o filosóficas para disculparse de su pecado.

Hay algunos que lo hacen así: “La razón por la que bebo, por la que ando con varias mujeres, es porque en mi propio hogar, cuando yo era niño, mi papá hizo lo mismo.” ¿Lo notas? Pasan su culpa al papá. Otros dicen: “La razón por la que no creo en Dios, es porque he visto que el pastor es un hipócrita. En la iglesia, de lo único que se habla es de dinero.” Y por eso, aunque dicen no ser teólogos ni filósofos, han elaborado su propia excusa para no seguir a Dios.

Es importante que primero entiendas por qué no quieren seguir a Dios, y luego, guiado por el Espíritu Santo, trates de desarmar su excusa de una manera amorosa.

Algunos dicen: “Bueno, el pecado no es mío, realmente la persona que tiene la culpa es aquel primer hombre que vivió hace 6,000 años: Adán. Y también Eva. Ellos tienen la culpa, porque son los que cometieron pecado y me lo transmitieron a través de la sangre.”

Esta es una buena y muy usada excusa. Entonces, ¿qué le vas a decir a alguien que te evade así? Porque la cosa es ésta: mientras la persona se excuse a sí misma, argumentando una cobija de justificación para su pecado, es imposible que se salve.

Mientras alguien diga: “No, no, Dios, no quiero nada contigo, tengo buenas razones”, Dios no puede salvarlo. La única forma de que un pecador pueda salvarse, es que confiese su pecado y diga: “La culpa no es de mis padres, ni del diablo, ni de Adán y Eva, ni de mi patrón, ni de mis profesores; la culpa es MÍA”, y se humille. La Biblia dice que Dios lo levantará.

Por eso, si realmente sientes amor hacia quien le testificas, debes aprender cómo conversar con él, cómo ir poco a poquito deshaciendo sus muletas, sus excusas, para que por fin diga: “La culpa es MÍA.” Hasta entonces, será cuando Dios pueda tratar con ese hombre.

Así que, saca tus antenas y mantenlas alertas, porque Dios te ayudará a comprender esos “refugios” teológicos o filosóficos en donde la gente se esconde.

En el campo..., tal vez el campesino dice: “Yo no voy a la iglesia porque ahí esta lleno de hipócritas.” En la universidad, hay un profesor que tienen cuatro títulos en teología, y su excusa es muy distinta: “No, yo no creo en Dios, porque yo creo en la evolución.”

Parecen dos motivos muy distintos, pero es la misma cosa. Ambos buscan disculparse por no entregarse a su Creador. Pero Dios te va a ayudar a saber cómo acercarte a ellos y cómo explicarles las cosas.

Lo que necesitas es orar, aprender a pensar, aprender a razonar las cosas; porque Dios te dará la verdad a través de tu mente. Y esa verdad, ungida por el Espíritu Santo, será el martillo que Dios usará para llegar al pecador.

Y no te preocupes, porque también te va a ayudar a aprender la Palabra de Dios y todas las cosas que quiere enseñarte para poder acercarte a alguien y sacarlo de las tinieblas donde se encuentra.

Por eso, cuando entres en la iglesia, por favor, no cuelgues tu cabeza en algún lado, trae tu cabeza contigo; porque Cristo mandó: “Amaras al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente.” Y si alguien deja su cabeza colgada por algún lado cada vez que entra a la iglesia, es solamente 50% cristiano.

Tienes que prepararte para deshacer excusas y contestar preguntas.

No tengas temor si te hacen preguntas. Repito: no tengas miedo de las preguntas. Por el contrario, agradécele por sus preguntas.

Y, si acaso no te sabes la respuesta, no trates de fingir: “Bueno, yo me sé la respuesta, pero no te la digo en este momento.” ¡NO! Debes ser totalmente honesto, porque Dios no puede bendecir la deshonestidad.

Si no sabes la respuesta, dile: “La verdad es que no sé. Pero si tu pregunta es sincera, yo te busco la respuesta.” Y así, él puede ver la sinceridad y la apertura tuya.

Y tú, nunca olvides esto: Hay respuesta.

Hemos testificado en muchos países en el mundo, en muchos campus universitarios, y hay respuestas para todas las preguntas que son sinceras y significativas. Sí hay respuestas, buenas y válidas. ¡Gloria al Señor!

Así que ahora, espero que cuando salgas a testificar, todas estas estrategias te ayuden a hablarle a la persona como Cristo habló. Al igual que Él, ámala y llévala a Sus pies.

“Padre, gracias por darnos este conocimiento. Ahora, ayúdanos, para que al salir a la calle, salgamos preparados y seamos usados por tu Espíritu Santo. Ayúdanos a testificar como tú lo hiciste. Llénanos doblemente de tu Espíritu. Y que, a través de nuestras vida, muchas almas te lleguen a conocer. Gracias, Padre. En el nombre de Cristo oramos. Amén.”

Este artículo ha sido usado con el permiso del autor.
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